Amanecía en aquella tierra lejana,
el silencio se divisaba por encima del pantano.
Paseaba, paseaba... pero acoplado al dolor de su pérdida.
Sentía todo lo que nunca había sentido y aquello le hundía.
Su viaje a su tierra natal, Moscú, añoraba.
Nadie para hablar, nadie para entender, nadie para vivir.
A veces le entraba la extraña sensación de querer y no poder.
Atardecía, y el ruiseñor se despedía.
Pero, no se encontraba seguro del todo.
A veces lo sentía, y a veces iba y venía.
Tenía la sensación de no haber tenido la oportunidad de intentarlo.
Se quedó mirando el reflejo en el agua, algo le asustó y se volvíó.
La reconoció y tuvo que expresarse totalmente sincero al destino.
Totalmemente de acuerdo.
Al fin demostró lo que sentía,
y pudo quedarse tranquilo.
(Gracias a Ivan Moscovo, y por eso te dedico este poema, gracias por tu fuerza y tu forma de querer)
Iria Costa Trancón
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