Soy fan de Audrey desde niña y tengo bolsos, y cuadros de ella en mi habitación.
Por ello quiero homenajear, con este texto que me recuerda al Diario de Ana Frank que leí cuando tenía 16 años. También me recuerda a una historia de una chica de 16 años, Mila, que me dejó mi tío el libro, judía que se refugia de los nazis, se llama 28 días, fantástico libro.
Y darle a Alejandro una vez más las gracias, porque como mejor amigo, que sigue el blog y lo que va saliendo, cuando estoy de vacaciones es él quien entra y acepta comentarios, aunque siempre soy la que contesto.
Gracias, porque así centro del mirar crece por dentro y por fuera.
Perfección de los sueños que no corrige la realidad.
Estoy sumergida en el sueño. Me abro paso a la guerra. Los tobillos de la batalla son delgadísimos y están clavados en el desierto como espantapájaros de aves metálicas. Los oídos confunden el chirrido del óxido con los pasos de un huésped que se odia. La frontera desangra sus límites y justifica hasta el hartazgo. Pero un día se cansa de justificar y la codicia saca su capote para comenzar su juego de tauromaquia sucia.
Estoy aquí, en una ciudad elevada en su epicentro, con sus calles australes y sus bocinas roncas. Pero sueño que estoy allí, en mitad de esa guerra lejana. Una lluvia de fuegos reales cae a la altura de los pies de mi madre y de mi hermano. Quiero correr hacia el flanco del cielo donde todo esté ordenado y el azul devuelva un marco de futuro a su espejo. Correr hacia mí misma, sin andar de cuclillas bajo las mesas, repasando el cartón duro del pan que comeré cuando la pared que me observa deje de temblar. Me encuentro con una mujer, su negra silueta intenta ordenar los huesos del niño, su mirada en llamas amasa la cintura derribada del horizonte. Ando entre cuerpos, pisando pequeñas almas que salen de sí hacia el fusil, como atrapadas por el irrechaz
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